Meredith
inspiró. El aire húmedo y salado penetró dentro de ella y relajó
sus músculos. La chica de pelo rubio y brillantes ojos azules se
acomodó en una roca a la vez que entonaba una canción tan antigua
como la propia tierra, que había pasado de generación en
generación. De pronto vislumbró algo en el horizonte y se puso de
pie de un salto. Un barco pirata. Sus músculos volvieron a tensarse.
Él otra vez no. Subió a la roca más alta de la isla con pasos cada
vez más largos. Finalmente llegó a un saliente de piedra. Volvió a
mirar al horizonte. El barco se aproximaba cada vez más y parecía
más grande que la última vez. Se dirigía a la isla, al corazón
del mar.
“Allá vamos”, pensó, y después se zambulló de un
salto. Notó como el agua la rodeaba y poco a poco se fundía con
ella. Respirando sin problemas nadó. Nadó hasta aquel barco, cuyo
capitán, una vez le quitó todo lo que tenía. Por aquel entonces
ella era solo una niña, que se dejó conquistar por una blanca
sonrisa y un par de cumplidos. Pero las cosas habían cambiado.
Meredith se había convertido en la mujer de debía ser. Una
guardiana. La protectora de su único y verdadero amor: el mar.
#UnMardeHistorias
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